jueves, 25 de marzo de 2010

AQUEL VIEJO...


La vida pasa como una lenta cofradía que siempre acaba siendo más rápida de lo que creemos. Él está sentado en la vera de la vieja puerta caída de aquel zaguán en el que empezó a jugar a los medios amores, siendo sesenta años más joven. Cada Viernes Santo sale religiosamente con su silla a contemplar la metáfora de la vida. Desde la Cruz de Guía a la trasera del Palio, la vida nace y muere como esa misma cofradía a la que ha dado los mejores años de su fecundo calendario. El peloamarillea y las monturas de pasta ocre pesan en esa nariz aún sorprendida por los primeros azahares.

Brazos cruzados sobre el pecho, como esperando un reto; rebeca, porque "de éstas tardes de abril no hay que fiarse", y la foto de su nieto en la cartera poco antes de que cumpliera con el rito de su primer cirio de cera blanca.

Ya llegó la cruz de guía

-"Ahí no vayais a ponerse que no veo"

Y ese primer tramo de nazarenos en el que debutaste. Qué pocos érais entonces. Piensas, una vez más, en el sagrado rito de salir de casa de la mano de tu padre, por vez primera, vestido de nazareno. Y piensas, inevitablemente, en los rubores de emoción que Él debió sentir aquella lejana tarde mientras tiraba de tí para soltarte de los brazos de una madre que aún te estaba estirando la túnica.

En tu calle los niños de entonces disputaban las bolas, en el cielo aún no había tranvías, y SEVILLA, en tu memoria, se parecía mucho a una gota de miel, tibia y espesa, que deslizaba suavemente hasta el pecho.

Hoy, en tu silla, esa desde la que pueden seguirse las costumbres de los gorriones, te ves en tantos chiquillos que estrenan impaciencia y que empiezan a tragarse, sin apenas darse cuenta, el libro de reglas no escritas de su ciudad...

¡ Hay si tuvieras 50 desengaños menos!

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